LAS OLAS
- María Florencia Saucedo
- 21 sept 2017
- 3 Min. de lectura

Virginia Woolf era un ser atormentado, como todos los genios en el sentido amplio y literal de la acepción. Su prosa ejercía el poder de indagar en los profundos pensamientos de los personajes, otorgando a los lectores el rol de arqueólogos mentales capaces de recuperar cada uno de sus anhelos, deseos, temores y pasiones. Quizás, porque ella misma corrompía en las psiquis de los demás sin inconveniente, y deseaba compartir aquel don extraordinario con aquellos que recorrerían las vertiginosas páginas de sus libros.
Quiénes supieron ser sus biógrafos, aseveraron que aquel tormento que nunca la abandonó, provenía de la depresión que la muerte temprana de su madre había provocado en su mente de niña. Sin embargo, es posible descubrir en sus construcciones existenciales algo más profundo y universal que la atosigaba y encerraba: la lucha constante entre transgredir el status quo o perdurar en la estática vida victoriana. Entre el ser de los modales inocuos o la de las ideas revolucionarias, entre la mujer atada a los menesteres impuestos por el patriarcado y la mujer que soñaba con la libertad del cuerpo y el espíritu del ser feminista, ante la perspectiva de concebir como posibilidad, el reconocimiento de su obra, sin verse subyugada a un recinto inferior por ser mujer.
Estas peleas internas que trascendían la cotidianeidad de su vida, se vislumbran con facilidad en sus obras, siendo el tópico central en las más destacadas. El ejemplo más emblemático, es posiblemente Las Olas, novela paradigmática y transgresora que modificó las bases de la literatura posterior, con una narrativa audaz e innovadora.
En Las Olas, Virginia le otorgó a cada uno de los personajes, un trozo de su alma penumbrosa, destacando en sus personalidades, la multiplicidad de facetas que presentaba la suya, y la afrenta que mantenían por predominar en una mente que no podía vincularse bajo la monogamia de una sola, como árbitro de sus actos y pensamientos.
La estructura de cada soliloquio nos permite entrelazar la totalidad de las imágenes mentales que cada personaje construye a partir de los otros, en la necesidad que la esencia del ser tiene como sujeto social. Dando como resultado, vidas reprimidas de actos absurdos y limitadas a la supervivencia banal en contra del deleite personal. Situación advertida solo al final de sus vidas, cuando la vista retrospectiva solo genera nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue.
En este sentido, el personaje de Rhoda es quizás, el más valiente y advertido de la implicancia que tiene para nuestras construcciones individuales, el peso de las estructuras socialmente aceptadas. Su espíritu solitario, manifiesto desde la niñez, implica la heroicidad de romper lazos obligados por los estereotipos manipulados para el sometimiento colectivo. Su búsqueda personal, no perpetuaba deseos de amores eternos, maternidad, éxito o superioridad como las de sus compañeros, sino que sólo pretendía alcanzar la libertad de su esencia, la libertad absoluta de su ser. De allí deriva esa ruptura de cánones imperantes en su época. Rhoda, por lo tanto era una mujer que se encontraba en la continua búsqueda de la perfecta armonía entre sus ideas y sus acciones, sin artilugios hipócritas.
En ella, por lo tanto, se descubren esas facetas rotas que peleaban dentro de Virginia: Rhoda quería verse en equidad respecto a Susan y Jinny, sin aceptar por ello, el sometimiento maternal de la primera o los prejuicios estéticos y superficiales de la segunda. Y sin embargo, ellas la construyen bajo la dirección del ojo acusatorio, la relegan y desplazan a un sitio de lástima por su incapacidad de relacionarse y por su desapego a las
normas femeninas. Al igual que los personajes hombres, uno de los cuales pretende transformarla por medio del amor romántico.
Finalmente, Rhoda es suicidada por sus compañeros que, incapaces de sostener los finos hilos de sus vidas artificiales, acuden a destrozar las de los demás. El peso de la sociedad mundana se personifica en sus juicios de valor, los cuales recaen duro sobre Rhoda, incapaz de sentirse en paridad, ante aquellos operadores de la inquisición. El suicidio al que es empujada, es la metáfora de como aquella libertad que tanto deseaba desde que jugaba con barcos a la deriva en su mar de conciencia, es sólo una situación onírica trunca, incapaz de hacerse realidad.
El paralelismo entre la muerte de Virginia y Rhoda es inevitable. Y si bien, cada uno de los personajes tiene algo de la esencia de la autora, es esta última la que concentra en su mundo, las ruinas de lo que los otros quisieron ser y no pudieron. Su muerte, la perpetua en la algarabía de la resistencia a las normas, prefigurando el futuro de quien le dió la vida con tinta y papel, a modo de profecía del sería su mismo destino.
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